Vituperio de orbanejas es un comentario filosófico de un texto de El Quijote que reza como sigue: «Ahora digo -dijo Don Quijote- que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que a tiento y sin discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba, respondió: "Lo que saliere". Tal vez pintaba un gallo, de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas escribiese junto a él: "Este es gallo". Y así debe de ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla» (Don Quijote de la Mancha, II, 3). Los orbanejas son los supuestos artistas contemporáneos que dejan absolutamente todo el proceso artístico a la interpretación del público: dado que son incapaces de pintar un gallo, es necesario que el "comento", la interpretación y la teoría vengan a llenar un hueco que los artistas fueron incapaces de cubrir. Suelen defender la necesidad de acercar el arte a la vida (lo que para ellos significa confundir el arte y la cotidianidad), de tal manera que en su arte cabe absolutamente todo, independientemente de sus propiedades: todo es obra de arte. Y cuando se les critica algo, acuden a sus intenciones y a su deseo de sinceridad para consigo mismos para justificar sus desaguisados. Pero los orbanejas, en el fondo, pretenden establecer también una nueva frontera para el arte: lo suyo lo es, lo de los demás, habrá que verlo. Una vez que se accede al territorio selecto del arte se quiere permanecer en él de cualquier manera. Y ahí es donde llega la ayuda de la interpretación que, si bien es constitutiva del fenómeno artístico, en manos de los orbanejas alcanza cotas de hiperteorización abusivas, en las cuales se olvida por completo el elemento formal de la obra de arte y se reduce ésta a un mero vehículo de comunicación de ideas éticas, políticas o metafísicas preferiblemente (y supuestamente) transgresoras, donde lo estético no tiene lugar (precisamente porque se lo teme). Los orbanejas justifican su arte siempre contra algo, como si la única y necesaria función del arte fuese la protesta, y casi siempre tienen la vista fija en el mercado de arte, la nueva sala de consagración no ya para la eternidad, sino para los próximos meses. En ocasiones, los orbanejas son difíciles de identificar, porque da la impresión de que manejan símbolos, piezas, que nos son desconocidos al común de los mortales, como hace el individuo aquel de la habitación china de Searle, que parece que entiende el chino, pero que en realidad no hace más que manejar símbolos chinos que no comprende siguiendo instrucciones en su propia lengua que sí comprende. Y en realidad su respuesta (léase la obra del orbaneja) es absolutamente incomprensible para él mismo. Ahora bien, siempre hay un chino que puede pensar que el que está dentro de la habitación sabe perfectamente lo que hace (es decir, que habla perfectamente el mandarín). El chino sería el crítico de la obra del orbaneja. Evidentemente, el error está en pensar que la sintaxis es suficiente para la semántica. Los orbanejas imponen sus leyes y sus teorías (o mejor, las de otros) sobre las cosas que llaman arte, de modo que no hace falta mirar las obras ni asistir a las representaciones de los orbanejas: basta con leer lo que los críticos y los teóricos dicen sobre ellos, lo cual los aleja definitivamente del territorio de la estética (pues en su origen el término dice relación a la experiencia sensible). En la historia del arte la conexión de éste con la belleza ha sido lo suficientemente sólida como para que no consideremos un dogma eterno la defensa de la desligación de arte y belleza que propugnan los orbanejas. Pero, ¿puede hablarse de la belleza, y más de la belleza en el arte, a estas alturas del estropicio? Por supuesto, y sin duda, en ese movimiento pendular que es la historia, ha de volver a entrar con fuerza en el territorio del arte. Precisamente por eso se trata de vituperar a los orbanejas, para recuperar lo que nos robaron, o mejor, para traspasar las barreras de imposibilidades ficticias e hiperteorizadas que han construido y defendido con uñas y dientes. Hay un anhelo humano de belleza que sólo el arte puede colmar, porque es el territorio de la acción humana propio de la belleza, y la belleza es importante y quizá, como decía Platón, porque es difícil, es por lo que los orbanejas tiran por los senderos más trillados y más seguros, aunque menos humanos, de la banalidad. Si Vituperio de orbanejas puede arrojar un poco de luz sobre todo este mundo, habrá cumplido con creces su función